Que tanto filo no nos corte
Por Ariel Lede
1.
Me sumo a la discusión que propone Daniela sobre “las izquierdas”.
Advierto desde ya que no todas mis opiniones son en respuesta a ella, sino
insumo para el debate general. Confío en que las sabrá distinguir. El título
que abre sus reflexiones anuncia una mirada aguda sobre la complejidad del
fenómeno de “las izquierdas argentinas” (así, en plural). Sin embargo, en lo
que sigue el plural es abandonado sin previo aviso y “la izquierda” (así, en
singular) pasa a ser una cosa homogénea, dignataria de importantes reproches y
culpable de algunas decepciones. Observo en esto el mismo déficit que tiene una
parte de la izquierda (no toda: y esa es la cuestión) para comprender el
fenómeno kirchnerista. ¿A qué se le dice “izquierda”? No existe tal cosa. Hay
diversas corrientes de izquierda (o digamos para ubicarnos geográficamente: a
la izquierda del kirchnerismo), que tienen muy poco que ver con la descripción
que hace Daniela. Es cierto que una parte de la izquierda “no le da la
guerra a la derecha con el mismo odio que contra todo lo k” (digamos de
paso que también hay una parte del kirchnerismo que se ocupa más de la derecha
externa que de la interna, o incluso que pierde el tiempo criticando los
errores de una izquierda que supuestamente no representa a nadie), pero también
es cierto que otra parte de la izquierda apoyó las retenciones móviles, la ley
de medios, el matrimonio igualitario, la estatización de las AFJP, la
asignación universal y otras medidas encaradas por el gobierno. Precisamente
por eso que decía Grüner en el texto que cita Daniela: “por razones éticas”.
También es cierto que una izquierda (o centroizquierda, como quieran) fue
la única expresión en el parlamento en contra de la ley antiterrorista. Que una
izquierda fue parte durante largos y penosos años de la lucha solitaria de los
organismos de derechos humanos, de las organizaciones piqueteras que
enfrentaron el neoliberalismo, de cientos y miles de grupos de militancia
barrial que hoy batallan contra la pobreza, la policía y los punteros del PJ,
de las tomas de colegios secundarios en Capital Federal en 2010 en contra de
las políticas macristas. La izquierda que describe Daniela (sin duda muy útil
como chivo expiatorio “decepcionante” para justificar posturas personales de
muchos descreídos de la posibilidad de transformaciones estructurales) es
apenas una parte. Tal vez sea la más visible por su participación electoral y
(tímidamente) mediática, pero eso no la convierte en la expresión
representativa de “la izquierda”. Hay izquierda en el gobierno, dando una
batalla contra la derecha en el gobierno. Hay izquierda fuera del gobierno,
construyendo lentamente experiencias de organización popular o reconstruyendo
los tejidos sociales que destrozó el neoliberalismo. Hay izquierda en los
sindicatos, peleando contra los empresarios (la derecha) a los que el gobierno
subsidia. Hay izquierda tonta y vanguardista. Hay izquierda llena de vicios
teóricos europeizantes. Hay izquierda en los organismos de derechos humanos, en
los movimientos feministas, en el cooperativismo, en las universidades, en las
radios comunitarias, etc. Hay izquierda que entiende bien las rupturas y
novedades de esta etapa política, aunque no se conforma (pero qué tontera che)
con reconocerlas y festejarlas, sino que también busca hacer visibles las
continuidades y los retrocesos. Hay izquierdas.
En ese sentido hay izquierdas que, frente a una barrabasada como
la ley antiterrorista, cuestionaron a los kirchneristas progresistas (incluso
de izquierda, que los hay) que avalaron esta medida. Porque encontramos en
muchos de ellos (y no sólo en el caso de esta ley) una actitud que en ocasiones
posterga la ética en nombre del pragmatismo. La suspensión estratégica y
momentánea de la crítica es plausible cuando una coyuntura lo exige, como fue
el caso de los enfrentamientos contra las patronales agrarias, contra los
medios hegemónicos, contra el poder retrógrado de la Iglesia, contra el FMI.
¿Pero qué pasa cuando es el gobierno mismo quien tiene una actitud de derecha?
¿Qué pasa cuando una parte no menor de la derecha se acomoda en el partido
gobernante y gana importantes posiciones de poder con el título de progresista?
¿Qué pasa cuando los medios afines al gobierno también evitan el
tratamiento de ciertas problemáticas sociales? ¿Qué pasa cuando el mayor
colectivo de intelectuales que apoya al gobierno no dice nada sobre la ley
antiterrorista? (porque no puede decirse, en honor a la verdad, que un breve
párrafo perdido en una Carta Abierta de 5905 palabras, 38211 caracteres, 9
hojas de word, sea un reclamo, una denuncia o una actitud crítica). ¿Eso no
decepciona? El pensamiento crítico no debe refrenar su capacidad de inquirir.
Los procesos políticos se profundizan en la tormenta del conflicto, aceptando
el conflicto, no negándolo. El pensamiento crítico no es otra cosa que la
antítesis del pensamiento conservador. Y ojo, porque un pensamiento puede ser
conservador sin ser de derecha.
2.
Me detengo en la “ley antiterrorista” a modo de ejemplo: desde
muchísimos sectores políticos, organismos de derechos humanos, organizaciones
sociales, sindicales, tanto opositores como afines al kirchnerismo, se advirtió
al gobierno sobre la peligrosidad de esta ley. Pero éste prefirió avanzar con
su mayoría parlamentaria (acompañado por la derecha radical, pejotista y
proísta) y prometer -de palabra- que no aplicará la ley para criminalizar la
protesta social. Sin embargo eso no es algo que pueda controlar el gobierno, ya
que hay muchos jueces (otra derecha) que esperan ansiosos poder calificar de
“terroristas” a más de un militante político. Tanto es así que, a pocos días de
ser sancionada, se cumplió lo predicho por los críticos: la ley se aplicó en
Catamarca para criminalizar la protesta social (lo denunció incluso el Premio
Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel en una declaración pública). Entonces,
¿no deben excusarse los legisladores, los funcionarios y los intelectuales que
avalaron -aunque sea con el silencio- la medida? ¿No debemos exigir -como algo
básico- una explicación? ¿No nos dijeron “nunca menos”? ¿Esto no es “menos”?
Semejante retroceso no puede encontrarnos silenciosos, con la crítica en stand
by. Cada nuevo hecho político debe ser incorporado como insumo para la
interpretación del fenómeno general. Y si hay algo que supo y sabe hacer el
discurso oficial es utilizar los hechos que más le favorecen, que mejor lo
pintan, manteniendo a los otros por fuera del análisis. Por eso algunas
izquierdas, ante cada contradicción, buscan interpelar ese discurso sesgado. Nada
nuevo. Por lo tanto, lo que queremos decir es que cuando se hable del
kirchnerismo, esta medida política también debe ser parte de la lista de
medidas del “modelo”. Como también deben serlo el modelo de agronegocios que
avala el gobierno, el sistema impositivo regresivo que aún padece la gran
mayoría de los argentinos, la extranjerización de los bienes comunes -o
recursos naturales-, los varios gobernadores de derecha que también representan
al partido gobernante, la negación de la inflación, el persistente camino libre
(de liberal) otorgado a los proyectos de megaminería, etc, etc, etc... Esas no
son simplemente “unas deudas” o un punto débil del gobierno: son parte
del modelo. Y frente a eso, creo yo, las pomposas referencias a lo “nacional y
popular” al menos deben ser puestas en cuestión. ¿O no? ¿Es muy descabellado el
planteo? ¿Es acaso una pretensión de izquierda infantil, vanguardista, tonta,
querer analizar con mayor profundidad el confuso y cada vez más contradictorio
conglomerado que gobierna nuestro país? Porque ojo, tampoco debe hacerse una
religión de las contradicciones y los grises. Porque ojo, el fantasma de la
derecha no sirve para todos los sustos.
Ahora bien, ¿la sanción de la ley habilita a decir que el gobierno
ha girado a la derecha? Me parece una conclusión apresurada. Sin embargo, eso
no cancela otra caracterización necesaria: que la medida sí es de derecha. Y
cuánto. Que sus fundamentos ideológicos son de derecha. Y que, sumada a otros
indicadores preocupantes, podría ser un aviso sobre la posible marcha del
modelo. Nada más, pero nada menos (nunca menos). Comparto la máxima que cita
Daniela: “a los hombres, como decía Karl Marx –que era de izquierda– hay que
juzgarlos por lo que hacen” (Grüner). Pero por todo lo que hacen, no
por una selección arbitraria. Y en esto radica, me parece, un problema de
muchos adherentes al kirchnerismo: su interpretación exageradamente sesgada.
Sobra decir que toda interpretación es sesgada (nadie reniega de eso), pero si
se extrema provoca (intencionalmente o no) una comprensión incompleta del
proceso político. Pongamos por caso lo que decía Daniela: claro que la postura
de Kirchner frente al FMI fue un avance formidable, pero eso no elimina el
problema con el GAFI. Si lo que hizo el gobierno con el FMI fue asumir
una posición de independencia, lo que hizo con el GAFI fue lo contrario.
Con esto quiero decir que el repaso de las “cosas buenas” del kirchnerismo a
veces conduce a no problematizar las “malas”, a dejarlas en un segundo plano. Es
cierto que hay una izquierda miope que hace exactamente lo contrario y no supo
ni sabe interpretar las diferencias entre las dos décadas, las características
de la nueva etapa, etc. No pertenezco a esa izquierda y no me voy a excusar por
ella. ¿Pero es que acaso un proceso político se radicaliza con una actitud
conformista? Es cierto que muchas medidas aún no se pueden tomar, que no hay
condiciones para determinadas decisiones políticas que implicarían un peligroso
enfrentamiento con el poder económico local e internacional (el más grande de
los enemigos de cualquier “campo popular” que se precie de tal), pero esas
condiciones se crean con la acción militante, con la persistencia, con la
insistencia, con el inconformismo. Eso es la política revolucionaria. Lo
peligroso del pragmatismo o el posibilismo es que se convierta en otro
principismo: porque mantiene los cambios históricos a un ritmo más lento.
Siempre está tan presente ese hallazgo de la poesía política que supo gritar el
Che: “Seamos realistas, exijamos lo imposible”. O la belleza batalladora de
Silvio: “El sueño se hace a mano y sin permiso”.
3.
La discusión entre el “vaso medio lleno” y el “vaso medio vacío”
es pueril e inconducente. A la vista está, pasados ya ocho años desde que la
política comenzó a pagar algunas deudas con el pueblo, que ese formato de la
discusión nos estancó. ¿Tan difícil es abandonar las mezquindades e incorporar
todos los elementos posibles a la discusión? El cuerpo 1 de mi boleta ingresó a
la urna con la caripela de Cristina, y no tengo ni un drama en decirlo. El
gobierno ha sabido posicionarse a la izquierda de todos los gobiernos
anteriores: en el terreno de los derechos humanos, de las políticas sociales,
de los cambios culturales, de los medios de información, de la seguridad social,
de la política laboral, y otros. Eso lo hace, creo yo, el mejor gobierno de la
historia argentina. Pero tal conclusión no debe velar el necesario debate sobre
otros aspectos del “modelo” que no son ni nacionales ni populares a la vista de
cualquier poco entendido en política. Comparto la idea del Chino Castro de que
no se puede ser “progresista” si se es “antikirchnerista”. Y comparto con
Daniela que ese es un error en el que cae una parte de la izquierda. Pero
tampoco se puede ser “progresista” fundando cualquier acción en la “real
politik”. Si la ética deja de gravitar y enraizarse en las decisiones
políticas, el porvenir se oscurece. La historia del peronismo (que supo ser
nacionalista, popular, de izquierda, de derecha, pro-militar, progresista y
neoliberal) es una clara muestra de eso.
Comparto el diagnóstico de que una izquierda persiste “en
pelear con el enemigo equivocado mientras las derechas miran riendo a
carcajadas cómo desde el pretendido campo popular se producen las encarnizadas
batallas”. Pero a eso hay que agregar que las derechas también se ríen a
carcajadas viendo que muchos de sus representantes pertenecen y ocupan
posiciones de poder en el partido gobernante, y que los grandes dueños de este
país (que son la derecha económica: los bancos, los monopolios, etc.) también
se ríen a carcajadas porque nunca antes tuvieron tantas ganancias (no más que
un dato de la realidad). Pongamos un ejemplo: Clarín, con su monopolio
económico y cultural, es un enemigo. Pero no es el único enemigo, ni el único
monopolio. Pongamos otro: el poder adquisitivo de la mayoría mejoró, la pobreza
y la desocupación disminuyeron, este gobierno llevó adelante muchas mejoras
esperadas y reclamadas largamente por el pueblo. Festejamos. Nos emocionamos,
sinceramente. ¿Pero ahí culmina el análisis? ¿No hay nada más para decir? ¿En
serio creen que el pensamiento crítico es tan corto como eso? Si hay una
actitud de izquierda (digamos mejor: marxista), es la de nunca perder de vista
el movimiento general del capital. Y hoy en Argentina, a la disminución de la
pobreza se le suma otro dato: el aumento de la desigualdad, es decir la
distancia entre los que más y los que menos tienen. Y de eso se ríe a
carcajadas el capital.
En fin, ¿es el gobierno un enemigo? No, pero sí lo son algunos de
sus elementos constitutivos, de sus alianzas indeseables. Y ahí la piedad que
se vaya a dormir. ¿Es la izquierda, aun esa tan equivocada, el enemigo?
Tampoco. De hecho así lo entiende el propio gobierno, para quien la izquierda
no es siquiera un interlocutor (porque no hay forma más efectiva de clausurar
al contrario que ignorándolo). ¿Entonces por qué tanta diatriba contra los
errores “la” izquierda? Si no es una necesidad política, es entonces personal
(y la respeto). A cualquiera que aún le queda, como suele decirse, “un
corazoncito de izquierda”, ya no le resulta tan fácil (como lo era en 2008 y
2009) justificarse a sí mismo el apoyo a un gobierno tan contradictorio.
Me guardé este comentario para terminar (y para ver si empezamos
mejor): rechazo de plano la idea de que la política de izquierda necesita de
muertos para existir. Un desliz similar llevó a José Pablo Feinmann a decir que
el asesinato de Mariano Ferreyra fue responsabilidad de Jorge Altamira. Muy
lejos de eso, son los sueños y proyectos de una sociedad más justa en lo
político y lo económico, y más plural en lo cultural, los mayores alimentos de
los esfuerzos políticos de izquierda y progresistas. Las víctimas despiertan
voluntades (básicamente porque nos pegan muy adentro y de inmediato, nos
indignan, nos duelen), pero más despierta la injusticia que las genera. No es
saludable para un debate fraterno entre compañeros del campo popular negar el
componente ético, histórico y político de la política de izquierda.
Saludos respetuosos y compañeros.
Que siga la trifulca.
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