…contra el poder que nunca abraza a los que pueden pensar/contra el
poder que nos vigila los pasos/ contra el poder que siempre miente en nombre de
la verdad/contra el poder que nos convierte en extraños/ contra el poder que
debilita y nada da que sólo quita/y deshace lo que está… Pedro Guerra
Algunos medios digitales tienen moderadores de comentarios
para evitar que la impunidad juegue a favor de aquellos que, amparados en un
perfil falso o en una cuenta difícilmente identificable, hagan pésimo uso de la
libertad de expresión, trocándola en blasfemia.
Estos moderadores, contrariamente a lo que pueda pensarse en
términos ligeros, contribuyen a la libertad de expresión. Lo que hacen es
evitar que cualquier miembro de la sociedad pueda ser objeto de difamación o
agravio gratuito y sin sanción. Intentan tener lectores/comentaristas
responsables.
En otros, sin embargo, los dueños de los medios prefieren la
propagación de estos comentaristas full time y todo terreno, porque lo
entienden como una suerte de estrategia gracias a la cual se multiplican las
“visitas” a las páginas en cuestión. Sin importarles, en todo caso, el tráfico
de violencia por un lado y la pauperización de las relaciones en general que va
en detrimento de la calidad democrática que implica un buen debate de ideas.
Los soportes actuales permiten que los periodistas y los
comentaristas mediáticos prácticamente compartan el mismo espacio de difusión
de sus ideas, pero mientras para el primero rige la obligatoriedad de ser
responsable de lo que dice/escribe, los segundos no tienen límites. ¿No es eso
una gran injusticia, una torpeza que pone en situación de desventaja absoluta
al periodista que trabaja con seriedad?
¿Y no es en todo caso, un resorte de los propios
trabajadores de prensa el recibirnos de adultos y dar la pelea por nuestro
propio interés, que es, en cualquier caso, pugnar porque se respete el oficio y
a quien lo ejerce? Los periodistas estamos acostumbrados a narrar los
protagonismos ajenos, sin embargo, y hablo de los bolivarenses en particular,
es tiempo de que hablemos de nosotros.
En las últimas semanas, al menos tres trabajadores de prensa
hemos sido agredidos y/o amenazados con diferente nivel de violencia. En
cualquier caso, hemos obtenido la solidaridad de esa porción de la sociedad que
está atenta y que no va en manada. Pero también el silencio de otros sectores
que luego se arrogan protagonismo en la acción social.
Las amenazas fueron desde un insulto, mensajes
intimidatorios a través de las redes sociales hasta empujones o silbatinas en
lugares públicos. No es inteligente
esperar a que agredan físicamente a alguien o le hagan pasar un mal momento en
el plano de su vida privada, para hacer escuchar nuestras voces de descontento
y a la vez, prometer el cumplimiento de las leyes. Es decir, para denunciar penalmente a los
agresores.
Un colega de la ciudad de 9 de Julio fue intimidado en estos
días, a punta de pistola, en el edificio de la radio que dirige. Al parecer, lo
que molestó fue que Gustavo Tinetti
estaba publicando en su diario digital, algunas notas que comprometían al
intendente. Según información de Perfil.com, Tinetti había publicado, días
atrás, “información que dejó muy mal parado al intendente de esa ciudad, el
radical Walter Battistella. En su portal denunció que aparecía el DNI del
intendente con el nombre de una mujer por lo que sospecha que fue una maniobra
de Battistella para realizar operaciones comerciales”.
También en estos días, tres trabajadores del programa 6,7,8
de la Televisión Pública recibieron golpes, patadas, insultos, en el marco de
una manifestación minoritaria pero profundamente violenta, en la ciudad de
Buenos Aires. Y el martes a la noche, cronistas de Telam y de Tiempo Argentino
fueron víctimas de golpes y atropellos.
La práctica del apriete no es nueva y de hecho en el país
muchos compañeros trabajadores pagaron con su vida el ejercicio comprometido de
su trabajo. El apriete jamás se ejerce contra aquellos que siempre se colocan del lado que
abriga el sol, sino todo lo contrario.
Para el periodista que es esquivo a las dádivas, a los
amiguismos y a la genuflexión ante los poderes, la tarea es ardua, molesta,
pero no más amarga que la de cualquier obrero o empleado en un contexto que no
privilegia los derechos de los trabajadores.
Sin embargo, hay algo que distingue al oficio de periodista
respecto de otros. Y es que, para algunos o para muchos, es lo mismo un periodista
que un medio de comunicación. Sin embargo, un periodista vive de su fuerza de
trabajo, como cualquiera, en cambio un medio es una usina de poder. En esta
escena se distingue que los intereses de esa usina y los de los trabajadores no
son los mismos.
En muchos diarios, hoy habrá notas sin firmas. La medida se
ha tomado en adhesión a los trabajadores de prensa de Clarín, porque la empresa
no cumple con las paritarias que se resolvieron la semana que pasó. Esto pone
en evidencia la escena mencionada arriba, es decir, el planteo de los intereses
enfrentados.
Mientras, el diario de mayor tirada de Argentina, apoya a
las otras patronales, a las agropecuarias, aun cuando esto implique el
desabastecimiento y la caída en picada del poder adquisitivo de las clases
populares. Como en 2008, cuando el aumento acordado en las paritarias de
Comercio (por citar un ejemplo) se licuó por el incremento de la canasta básica
que generó al lock out.
Es claro y hasta obvio el planteo, pero hoy es nuestro día y
tuve ganas de escribir así, como en la cocina de mi blog, aunque abriendo el
juego. Para que se enojen, para que comprendan, para que discutan, en la medida
de las posibilidades de cada quien, pero que sea con elegancia.
Con el atrevimiento de la primera persona, con la pesadumbre
de protagonizar un artículo y aun así elegir hacerlo, les deseo feliz día a
quienes hacen del periodismo su oficio, su trabajo y no su comercio, a los que
se asumen como parte del colectivo “trabajadores”. Y hago un sugerencia a los editores de medios
digitales: copien a los mejores, pongan moderadores de comentarios, no
contribuyan al tráfico de violencia. Aunque sea por hoy, jerarquicen la
comunicación, a los trabajadores y a la libertad de expresión.
Daniela Roldán