sábado, 7 de junio de 2014

La responsabilidad social de los periodistas



“Nosotros podemos formar periodistas en determinadas circunstancias y después cuando esos periodistas salen a buscar trabajo, lo que les piden es que no tengan responsabilidad social, que piensen en su bolsillo”, dijo días atrás, el periodista Luis Bruschtein, quien agregó que “lo que quieren esas empresas es que no exista esa ética en los periodistas desde un punto de vista de la conciencia social y la conciencia política”.
Bruschtein se expresó así cuando tuvo oportunidad de disertar en el marco de las actividades organizadas por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata (FPyCS) en la Semana del Periodista, que acaba de finalizar. La charla en cuestión se llamó precisamente, “la responsabilidad social del periodista”.
En estos tiempos, en los que se discute sobre la libertad de expresión siempre en referencia a la posibilidad que tienen, de decir lo que quieran, los “dueños de la imprenta”, como dijo en algún momento el presidente de los ecuatorianos, Rafael Correa. En estas épocas en las que la SIP se preocupa por los periodistas que más visibilidad tienen, pero no se acuerda de los trabajadores precarizados o las víctimas del trabajo informal en nuestras redacciones.
En estos días, en los que muchos okupas de los medios de comunicación banalizan el oficio en favor de ganar más audiencias y, por lo tanto, de obtener más poder para los intereses que ellos representan, viene bien que hablemos de la  responsabilidad social de los y las periodistas. Y viene bien que en defensa de la supervivencia de este trabajo, no seamos meros cómplices con nuestro silencio, de las mentiras y las tramas burdas que se tejen en las redacciones.
Que si no tenemos estadísticas, datos o fuentes precisas, no digamos más que el delito aumentó en nuestras ciudades; que no volvamos a repetir que había un antes ideal y un ahora en el que no se puede salir a la calle porque “ya no es el paraíso que solía ser”.
Porque, además, nunca hubo paraísos para todos. Siempre hubo familias viviendo en casas de chapa, niños abandonados, pibitos pidiendo limosna casa por casa. Entonces, no se puede reivindicar el paraíso que nunca existió, con el propósito de inducir a pensar que ahora es el infierno. Desde el periodismo no se debe hacer eso.
No debemos permitirnos ejercer la criminalidad mediática como si se tratara de un juego inofensivo. No somos fiscales. No somos guardianes de la democracia. No somos el fiel de la balanza. Somos trabajadores con responsabilidad social.
Esa responsabilidad social, en este contexto histórico, nos lleva a asumir sin ambages, el lugar desde dónde hablamos. Al respecto, el periodista y docente de la FPyCS de La Plata, Oscar Lutczak, fue más allá cuando dijo: “Hablar de honestidad intelectual en estos tiempos, donde empezamos a permitirnos discutir muchas cuestiones, es plantear no solamente desde dónde uno está parado cuando habla” sino también “la posibilidad de que los medios también tengan que blanquear dónde están parados y para quién juegan”.
Es, que, precisamente en la aclaración de estos puntos que menciona Lutczak, se encuentra  no sólo el primer paso hacia un periodismo responsable, sino también la posibilidad de visibilizar en qué terreno se juega, la verdadera libertad de expresión.
“¿Cómo y quién define la libertad de expresión o la comunicación que se ejerce sin censura previa? Los hechos parecen indicar la obsolescencia de los viejos parámetros que, bien o mal, se demandaban desde la sociedad. La concentración de medios en contadas manos tiende a desgastar aquello que no cuaja con sus intereses. En esa órbita de interconexión y desarrollo empresarial, el tema de la censura es desalojado de la sociedad para reducirlo a un tema interno de los medios”. (Carlos Valle, Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas. Página 12, miércoles 28 de mayo de 2014).
Así las cosas, el papel más lúcido que puede interpretar un periodista es el de asumirse como un sujeto con responsabilidad en la sociedad. Que para despropósitos y enredos burdos, se las arreglan solitas las redes sociales, que más que menos veces, son auténticas cloacas. Que para difamar, ensuciar nombres y personas y generar violencias, están los foros de comentaristas, en general alentados por los mismos medios.
Los periodistas firmamos nuestras notas. Hagámonos cargo y brindemos por eso, porque en definitiva, con los más y los menos del oficio, elegimos ejercerlo cada día. Eso sólo amerita la celebración. La autocrítica es oportuna y la reflexión es bienvenida, porque oxigenan; hoy es una linda oportunidad para hacerlo. Lo uno y lo otro van de la mano,  ya que el festejo porque si, el brindis vacío de contenido, se puede hacer cualquier día. Hoy, voto para que pensemos y celebremos. Hoy, voto para que nos pensemos y nos celebremos.
Daniela Roldán


viernes, 3 de enero de 2014

UNAS FLEXIONES POR EL DÍA DEL PERIODISTA, QUE ES TODOS LOS DÍAS
El piso donde me planto





-Basta de encender abnegados velones a la Diosa Equidistancia y pecar a la vuelta de la esquina, de gataflorismo pret a porter. Basta de esta fosforescente pavada de escandalizarnos por la desusada honestidad de periodistas militantes que asumen con gallardía su trinchera ideológica, y a la par no decir ni lanatarrata de la cobardía cool de periodistas militantes camuflados tras una pátina de independencia que se descascara con sólo mirarla fijo. Basta de frivolizar hasta la sed que anida en toda poesía, de este carusolombardismo de poner la libido en el chiquitaje en lugar de en las ideas. Basta de fabricar paté con la carroña de oferta, mejor hagamos puré las cipayas pinzas que someten a la gran paloma de la libertad de este tiempo: la ley de Medios. Basta de camaleones que flotan en todos los ríos, y de pseudo kamikazes que se inmolan contra los fáciles y se arrodillan a lamer la siniestra garra del poder que trama entre tinieblas. Basta de infectarte las manos atalivando como un campeón. Basta de lustrar las botas de los que esconden sus pasos.

-Un periodista debe ser un romántico, o no será un periodista. Alguien con el alma recubierta por un quisquilloso celofán. Como un médico, o un artista. Un periodista es un médico de la verdad, y un artesano de la dignidad, a la que con ética militante debe aspirar a embellecer. Todos los días de su oficio. Quien se prepara para ser médico y siente fruición por el dinero y la acumulación material, debería ser desalentado antes de que sea tarde. Lo mismo con alguien que quiere dedicarse al periodismo. Igual con el que hace arte: si actuás y te devora el deseo de hacerte rico & famoso, más vale andá pensando en golpearle la puerta a Suar en vez de inscribirte en un taller con el maestro Raúl Serrano.
Empero, esto no equivale a afirmar que un periodista debe comer a la par de un faquir, movilizarse en un afónico DKW y transitar la vida con lo puesto, harto de llevarse puesto, como decía el ‘Gordo’ Soriano. Tampoco un médico ni un artista. Trabajar por amor al arte es tan sólo una linda frase revestida de una épica menor, bastante raída ya: somos periodistas, no mártires, y nadie funciona bien si la panza le silba un tango.

-En tiempos en que, más que ayer, la verdad se cocina ‘a la canasta’, un periodista debe erigirse en un inflexible defensor del pueblo más pueblo, que siempre son los de abajo, y denunciar cuando al puchero de todos alguien incorpora basura. Para que la verdad sea verdadera, noble y sana, no una turgente hamburguesa de plástico para anestesiar las tripas de los desesperados y excitar la bóveda mental de los que sienten con el bolsillo, esos que disuelven el puño alerta de la solidaridad en las cómodas aguas de la caridad, que nutren marchas como chuckys de la reacción y se conforman con que el mundo siga siendo maravilloso únicamente en la gema de Louis Armstrong.
Periodistas, no cromañonicemos nuestra moral. Militemos por la decencia y, hasta donde nos dé el piné, por la elegancia. Basta de la berretada de montar melodramas que no le moverían ni una pelusa de máscara al incansable Michael Myers. Basta de jugar a Philip Marlowe con un arsenal de clavos miguelitos y una chequera enchastrada en la frente, algo así.

-Un periodista debe ser alguien honesto. Así de elemental, así de complejo. Honesto con él, primero. Preparar la comida que comería con orgullo. Como pueda, con lo que tenga a mano, pero con toda la grandeza que su ser sea capaz de emanar. Y proponerse perseguir la excelencia en la elaboración de ese menú, con la sagrada pulsión del artista que sólo vibra en la pureza. Algunas cosas nunca cambiarán, periodista: ni el auge tecnológico ni los nuevos soportes ni las variables preferencias de los consumidores ni la chequera de Dios, podrán proveerte un alma.

-Como los grandes boxeadores, un periodista debe saber dar un pasito atrás cuando pelea en el in faighting, uno de sus planos cotidianos. Tomar mínima y clave distancia para analizar el hecho que sea materia de su labor. Así ‘pegará’ mejor, y resultarán beneficiados quienes consuman su producto. Saber conducirse en la urgencia es vital, pero si todo es apuro, pierden el periodismo y el pueblo más pueblo, y la verdad se agarra una úlcera. El paradigma de flotar en diverso tipo de mares no debe excluir el bucear. Al menos, si anhelamos para nuestra aldea global un horizonte de justicieras transformaciones, a tono con el que Lennon planteó en “Imagine”. Y bucear requiere voluntad, paciencia y a menudo discreción, tres rasgos esenciales de las hormigas: es que un periodista es una hormiga con huevos y una voz, mucho más que un estentóreo león.

-No sos un artista, periodista, pero algún bicho te picó. Pensá entonces en los grandes cantantes, y no olvides que no es sólo la voz, también es la respiración. La ética y la estética son siamesas, si cuidás a una y abandonás a la otra, sufren las dos, se seca tu decir, se oxida tu corazón.

-Un periodista debe saber distinguir entre el cielo y las estrellas. Si se embriaga contemplando astros porque se cree uno de ellos, si se ubica por delante del contenido a comunicar, acabará estrellándose, y en su cabriola fatal arrastrará a inocentes (daño colateral, definirían, cínicos, los yanquis). Esto no implica esquivar el éxito, con la pétrea lógica de un monje de clausura, ni negar que el ego es una de las turbinas imprescindibles de nuestro oficio.

-Por sobre todo, un periodista debe creer en lo que hace. Inflar el pecho para sí. Sentirse un guerrero, más Quijote que Superman, y abrazar la premisa de Spinetta: “un guerrero no detiene jamás su marcha”. Porque sólo se pierde la lucha que se abandona, y porque como me enseñó mi irremplazable amiga Graciela Sagardoy, la vida, la dignidad de valer la pena, reside en el intento, no en el resultado.

¡A pelear, periodistas, a poner nuestra sangre en juego, que el milagro díscolo de un mundo mejor aún nos espera!

Dedico esta columna, aunque unos pocos de los aludidos habrán de enterarse, a:  
-Víctor Hugo Morales/Horacio Verbitsky/Orlando Barone/Juan Gelman/Cynthia García/Eduardo Aliverti/Eduardo Galeano/Eduardo Fabregat/Mario Wainfeld/Alfredo Rosso/Claudio Kleiman/Carlos Polimeni/Pedro Brieger/Román Iucht/Osvaldo Bayer/Osvaldo Soriano/Rodolfo Walsh/el Dante Panzeri/Roberto Arlt/José María Pasquini Durán/Adolfo Castelo/José Luis Cabezas.
-A cuatro entrañables colegas bolivarenses de los que siempre me esmeré en aprender: Daniela Roldán/el ‘Negro’ Merlo/Carlos Rusciti/Oscar Andrés Bissio.
-A José Luis Piro, un tipo noble, que dignificó su tránsito por el periodismo y la vida.
-Finalmente, y en general, a todos los que ejercen el periodismo con compromiso y pasión no calculados.

Chino Castro

Este escrito fue publicado en el diario LA MAÑANA en junio del año pasado.

Calor de tambores




Los tambores de La Fábrica del Ritmo volvieron a sacudir el callejón de la avenida 9 de Julio, en la tórrida noche del domingo, a partir de la propuesta de Raúl Chillón, Emiliana Ron, Federico Ron y todos los alumnos músicos de la Escuela de Percusión.
En cada propuesta del callejón, se suman otros artistas que proponen visibilizar sus trabajos, en sencilla comunión artística, dispuesta para el goce colectivo. No falta el convite gastronómico, amenizado con tacos que incluyen la variante vegetariana.
El domingo, Pato Arbe y Ramiro Bailarini pintaron murales, mientras sonaban los parches y cajones. De a poco, las paredes circundantes al callejón que lleva por nombre Fernández López y que finaliza en la 9 de Julio, van tomando el color que los artistas le imprimen.
Entre una y otra presentación de los ensambles, se proyectaron videos de la novísima escuela de experimentación audiovisual Rompe cocos (dirige Emiliana Ron), que dio sus primeros pasos en 2013 y que ya tiene mucho para mostrar y compartir.
Mucha gente se acercó al callejón, hubo músicos invitados, como Sergio Ramírez y Franco Exertier, también hubo quienes se animaron a zapatear al ritmo de los legüeros, desafiando al asfalto ardiente, con los pies al aire. Diego Péris y Silvio Alvarez fueron los héroes en esa tenida.
Entre ritmo y ritmo, hubo espacio para el humor absurdo, para la lectura de un texto apropiado, colaboración que estuvo a cargo de integrantes de la organización “Del otro lado del árbol” y para la presentación de Kevin y Mati, dos improvisadores callejeros, que al ritmo del hip hop van diciendo lo suyo.
La Escuela tiene distintos grupos, uno de chicos y otros de adultos, que van transformándose en la medida en que algunos alumnos se van, otros vienen.  Cada nueva presentación, que se suma a las realizadas en el carnaval, en Tandil, en la plaza céntrica, confirma un afianzamiento de los ensambles, sobre todo del más antiguo, el de los adultos.
Todo fluye en el callejón cuando suenan los tambores; los manjares populares huelen rico, la luna parece más grande o más linda, las sonrisas aparecen sin pudor. La Fábrica del Ritmo convidó un poco de todo eso el domingo, a guisa de despedida del año; para deleite de quienes se acercaron a disfrutarlo y con la promesa de un buen 2014 sonando a tambores.
Daniela Roldán