Con
las consignas “Ya tenemos presidente, tenemos a Rafael” y “Todo, todito, votá
por 35”, se montó (en términos de slogans) la campaña presidencial de Rafael
Correa. El mandatario ecuatoriano, al frente de Alianza Pais, deberá refrendar su gobierno en elecciones
libres a celebrarse hoy, con el 50 por ciento de los votos, para evitar la
segunda vuelta. “35”, es el número de la lista de sus asambleístas.
A
pura gambeta, en todo el mundo se pudo tener acceso a esos slogans y también a
la plataforma, tan resistida desde la derecha, de la “revolución ciudadana”.
¿Gambeta a quiénes? A los soportes mediáticos tradicionales, claro.
Algunos,
-la mayoría- de los presidentes latinoamericanos tienen problemas con los
medios de comunicación, en la medida que las decisiones de esos gobiernos generan
políticas que incomodan a los sectores que históricamente manejaron la balanza
del bien y del mal en la región.
Es
en ese contexto que el uso de las redes sociales y las plataformas digitales a
disposición de cada vez mayores porciones de la sociedad, le vienen como anillo
al dedo a estos jefes políticos que han aprendido a comunicarse en forma
directa con sus pueblos. Esas formas comunicacionales implican auténticas
gambetas al poder deformador y manipulador de los grandes medios y, desde la
mirada de una observadora y seguidora, los resultados son sorprendentes.
Chavez,
Correa, Fernández de Kirchner, Rousseff, Morales y hasta Obama son los nombres
propios escogidos por los grandes grupos mediáticos para llevar adelante una
tarea sistemática de demonización. Se disparan sobre ellos los calificativos
más gruesos, que muchas veces calan en los imaginarios colectivos hasta un extremo
impesando desde una inteligencia media.
El
presidente de Venezuela, Hugo Chavez, es sin dudas uno de los blancos preferidos
por las grandes corporaciones mediáticas, que incluso llegaron a perpetrar un
golpe de estado en su contra, avalado por el entonces gobierno de los Estados
Unidos (ver La revolución no será
televisada).
Se
recordará, con vergüenza, que en enero pasado El País de España, publicó una
falsa foto de Chavez agonizando. Dijo acerca de esa publicación el profesor
Juan Carlos Monedero: “Lo grave, más allá
del error, es la voluntad política (política, no nos engañemos) de publicar una
foto que, en su lectura, podía producir efectos que van en consonancia con la
línea de un periódico que entre el 11 y el 13 de abril de 2002 se alegraba de
la destitución del “dictador Chávez” y se mostraba eufórico por el triunfo del
“presidente Carmona” (www.comiendotierra.es).
Los
agravios que los grandes medios le profieren al mandatario que actualmente
atraviesa un delicado cuadro de salud, eran inéditos en la historia mediática
reciente, incluso llegan a manifestar el deseo de su muerte a través de los
titulares y contenidos que se eligen. “El
diario español ABC publicó ayer que los médicos que atienden a Hugo Chávez en
La Habana “ya han comunicado a la familia del Presidente, a los hermanos Castro
y a la cúpula chavista que el paciente ya no está en condiciones de regresar
para ejercer la Presidencia de Venezuela” (El Nacional. Caracas, 16 de
febrero de 2013).
En
el caso de la publicación de El País, las redes sociales difundieron
rápidamente la desmentida respecto de aquella foto falsa y, en la pulseada,
perdió el medio. Porque perdió otra gota de credibilidad, que es, a la sazón,
el único bien que el periodismo debería tutelar con el mayor celo. Los ejemplos
abundan.
La
presidenta Cristina Fernández es otra de las mandatarias cuya imagen, a pesar
de estar sostenida por un amplio segmento del pueblo argentino, es vulnerada y
agraviada mediante las formas más diversas, en el uso de (por parte de los autores)
de una libertad de expresión, en nombre de cuya falta la insultan. ¿Un juego de
palabras, un oxímoron, un absurdo, un enredo? Tal y como está planteado, es un
poco de todo eso y es bastante de politiquería ramplona, en nombre del
ignominioso partido mediático.
En
el caso de CFK juega un rol importante, además, la cuestión de género, la
violencia del sistema patriarcal que resiste en el cuerpo social, que no
termina de digerir que una mujer gobierne un país con el cual más de un hombre
no supo qué hacer. En ese sentido, no tiene su par el calificativo “la yegua”, por ejemplo.
Otra
vez, los casos se multiplican y se atropellan. Es por eso que, para lograr una
aproximación al entendimiento de la barbarie semántica que brota como hongos,
se necesitarían semiólogos, antropólogos, psicólogos y una verdadera turba de ólogos
de alta gama, puestos a desentramar el verdadero origen de la brutalidad.
Era
inevitable mencionar a sus pares para llegar a este presidente, otro de los que
más confronta con la prensa (o mejor, que es confrontado por parte de la
prensa) y no al azar, sino en virtud de la “revolución ciudadana” que está
llevando adelante en su país: Rafael Correa. Hoy, este mandatario que se
someterá al voto popular para legitimar un nuevo período de gobierno, les ha
ganado varias batallas a los medios, haciendo un uso magistral de las redes
sociales.
A
la cuenta oficial de twitter con la cual el presidente ecuatoriano venía
comunicándose, se sumó en la campaña electoral, la de su grupo de
colaboradores, “Ya tenemos presidente”. Por ese medio y por su cuenta de
Facebook, se anunciaban los horarios de las entrevistas y los de los actos
multitudinarios que realizó absolutamente todos los días a lo largo de todo el
país. Cualquier integrante del colectivo “gente de a pie”, de todo el mundo,
podía hacer un click y veía/escuchaba en directo todo el desarrollo de uno u
otro acontecimiento.
¿Si
alguna cadena internacional lo tomaba? Poco pareció importarles a Correa y a
sus seguidores. Los cánticos pegadizos y bailables que formaron parte del
folclore de campaña, se multiplicaron en cientos de miles de ecuatorianos que fueron
protagonistas de una campaña cuyas características, al menos en esta parte de
América, suena digna de ser atendida.
En
estos países, cuyos gobiernos son de izquierdas (en un arco de variación
interesante) o progresistas, las oposiciones son inevitablemente de derechas,
aunque se dispongan bajo siglas otrora revolucionarias. Y las grandes
corporaciones mediáticas no sólo son parte sino que son en sí mismas la
aglomeración de esas oposiciones, encarnando el liderazgo del partido pan
mediático.
Y
como la batalla es, en definitiva, cultural y no otra, se pretende que las
ágoras sean los periódicos y los canales de televisión, en actitud repelente a los
espacios públicos. Se trata de generar miedo a la calle, de azuzar mentes
desprevenidas, con el sonsonete de “no se puede salir, los ladrones andan
sueltos y nosotros (¿los decentes?) tras las rejas”, repetido como un karma.
El
triunfo electoral de Chavez en octubre pasado y el muy probable triunfo de
Correa hoy hablan a las claras de los corrimientos escénicos como signo de los
tiempos. Las calles rebosantes, los pueblos atiborrando avenidas, las mareas
rojas y verdes o celestes y blancas, están hablando y le discuten a los poderes
establecidos.
“Aquí
está la mejor respuesta a tanta manipulación mediática. (Decían) que ha sido
una campaña apática, que ha sido una campaña sin interés, que no ha presentado
propuestas: Apática para sus candidatos, sin interés para su partidocracia, sin
propuestas y sin planes de gobierno para ellos”, dijo Correa en el acto de
cierre de campaña.
Si
el amparo mediático de esos poderes trata de ocultar esa realidad contundente y
en cambio estigmatiza a quienes se apropian de los espacios públicos para
festejar o manifestarse, con la acusación abusiva del “clientelismo”, parece no
importarle a los protagonistas. Es que ahora, el uso exclusivo de los canales
de circulación de los bienes culturales, de la formación de opinión pública, de
la generación de patrones de pensamiento, está cuestionado y más aún, está
puesto en jaque.
Porque
las calles, así en Quito como en Guaya, así en Buenos Aires como en Caracas,
son territorios en disputa entre quienes agitan el miedo y quienes por otro
lado, las usan para festejar o reclamar, pero sin temor. Y el uso de las redes
sociales (en buena medida) permite dar cuenta de ese acontecer, gambeteando al
poder, en favor de la democracia en la comunicación.
Es
tan cierto, al mismo tiempo, que la anhelada igualdad y la deseada democracia
no es tal y que los poderosos siguen siendo los mismos.
Por
eso se habla de gambeta y no de goles devenidos en triunfos. Aún se está en el plano
de la disputa, por momentos con profundas asimetrías. Pero este punto forma
parte de otro análisis, no menos rico, no menos complejo.
Daniela Roldán