sábado, 16 de febrero de 2013

“Tenemos a Rafael”



Con las consignas “Ya tenemos presidente, tenemos a Rafael” y “Todo, todito, votá por 35”, se montó (en términos de slogans) la campaña presidencial de Rafael Correa. El mandatario ecuatoriano, al frente de Alianza Pais, deberá refrendar su gobierno en elecciones libres a celebrarse hoy, con el 50 por ciento de los votos, para evitar la segunda vuelta. “35”, es el número de la lista de sus asambleístas.
A pura gambeta, en todo el mundo se pudo tener acceso a esos slogans y también a la plataforma, tan resistida desde la derecha, de la “revolución ciudadana”. ¿Gambeta a quiénes? A los soportes mediáticos tradicionales, claro.
Algunos, -la mayoría- de los presidentes latinoamericanos tienen problemas con los medios de comunicación, en la medida que las decisiones de esos gobiernos generan políticas que incomodan a los sectores que históricamente manejaron la balanza del bien y del mal en la región.
Es en ese contexto que el uso de las redes sociales y las plataformas digitales a disposición de cada vez mayores porciones de la sociedad, le vienen como anillo al dedo a estos jefes políticos que han aprendido a comunicarse en forma directa con sus pueblos. Esas formas comunicacionales implican auténticas gambetas al poder deformador y manipulador de los grandes medios y, desde la mirada de una observadora y seguidora, los resultados son sorprendentes.
Chavez, Correa, Fernández de Kirchner, Rousseff, Morales y hasta Obama son los nombres propios escogidos por los grandes grupos mediáticos para llevar adelante una tarea sistemática de demonización. Se disparan sobre ellos los calificativos más gruesos, que muchas veces calan en los imaginarios colectivos hasta un extremo impesando desde una inteligencia media.
El presidente de Venezuela, Hugo Chavez, es sin dudas uno de los blancos preferidos por las grandes corporaciones mediáticas, que incluso llegaron a perpetrar un golpe de estado en su contra, avalado por el entonces gobierno de los Estados Unidos (ver La revolución no será televisada). 
Se recordará, con vergüenza, que en enero pasado El País de España, publicó una falsa foto de Chavez agonizando. Dijo acerca de esa publicación el profesor Juan Carlos Monedero: “Lo grave, más allá del error, es la voluntad política (política, no nos engañemos) de publicar una foto que, en su lectura, podía producir efectos que van en consonancia con la línea de un periódico que entre el 11 y el 13 de abril de 2002 se alegraba de la destitución del “dictador Chávez” y se mostraba eufórico por el triunfo del “presidente Carmona” (www.comiendotierra.es).
Los agravios que los grandes medios le profieren al mandatario que actualmente atraviesa un delicado cuadro de salud, eran inéditos en la historia mediática reciente, incluso llegan a manifestar el deseo de su muerte a través de los titulares y contenidos que se eligen. “El diario español ABC publicó ayer que los médicos que atienden a Hugo Chávez en La Habana “ya han comunicado a la familia del Presidente, a los hermanos Castro y a la cúpula chavista que el paciente ya no está en condiciones de regresar para ejercer la Presidencia de Venezuela” (El Nacional. Caracas, 16 de febrero de 2013).
En el caso de la publicación de El País, las redes sociales difundieron rápidamente la desmentida respecto de aquella foto falsa y, en la pulseada, perdió el medio. Porque perdió otra gota de credibilidad, que es, a la sazón, el único bien que el periodismo debería tutelar con el mayor celo. Los ejemplos abundan.
La presidenta Cristina Fernández es otra de las mandatarias cuya imagen, a pesar de estar sostenida por un amplio segmento del pueblo argentino, es vulnerada y agraviada mediante las formas más diversas, en el uso de (por parte de los autores) de una libertad de expresión, en nombre de cuya falta la insultan. ¿Un juego de palabras, un oxímoron, un absurdo, un enredo? Tal y como está planteado, es un poco de todo eso y es bastante de politiquería ramplona, en nombre del ignominioso partido mediático.
En el caso de CFK juega un rol importante, además, la cuestión de género, la violencia del sistema patriarcal que resiste en el cuerpo social, que no termina de digerir que una mujer gobierne un país con el cual más de un hombre no supo qué hacer. En ese sentido, no tiene su par el calificativo “la yegua”, por ejemplo.
Otra vez, los casos se multiplican y se atropellan. Es por eso que, para lograr una aproximación al entendimiento de la barbarie semántica que brota como hongos, se necesitarían semiólogos, antropólogos, psicólogos y una verdadera turba de ólogos de alta gama, puestos a desentramar el verdadero origen de la brutalidad.
Era inevitable mencionar a sus pares para llegar a este presidente, otro de los que más confronta con la prensa (o mejor, que es confrontado por parte de la prensa) y no al azar, sino en virtud de la “revolución ciudadana” que está llevando adelante en su país: Rafael Correa. Hoy, este mandatario que se someterá al voto popular para legitimar un nuevo período de gobierno, les ha ganado varias batallas a los medios, haciendo un uso magistral de las redes sociales.
A la cuenta oficial de twitter con la cual el presidente ecuatoriano venía comunicándose, se sumó en la campaña electoral, la de su grupo de colaboradores, “Ya tenemos presidente”. Por ese medio y por su cuenta de Facebook, se anunciaban los horarios de las entrevistas y los de los actos multitudinarios que realizó absolutamente todos los días a lo largo de todo el país. Cualquier integrante del colectivo “gente de a pie”, de todo el mundo, podía hacer un click y veía/escuchaba en directo todo el desarrollo de uno u otro acontecimiento.
¿Si alguna cadena internacional lo tomaba? Poco pareció importarles a Correa y a sus seguidores. Los cánticos pegadizos y bailables que formaron parte del folclore de campaña, se multiplicaron en cientos de miles de ecuatorianos que fueron protagonistas de una campaña cuyas características, al menos en esta parte de América, suena digna de ser atendida.
En estos países, cuyos gobiernos son de izquierdas (en un arco de variación interesante) o progresistas, las oposiciones son inevitablemente de derechas, aunque se dispongan bajo siglas otrora revolucionarias. Y las grandes corporaciones mediáticas no sólo son parte sino que son en sí mismas la aglomeración de esas oposiciones, encarnando el liderazgo del partido pan mediático.
Y como la batalla es, en definitiva, cultural y no otra, se pretende que las ágoras sean los periódicos y los canales de televisión, en actitud repelente a los espacios públicos. Se trata de generar miedo a la calle, de azuzar mentes desprevenidas, con el sonsonete de “no se puede salir, los ladrones andan sueltos y nosotros (¿los decentes?) tras las rejas”, repetido como un karma.
El triunfo electoral de Chavez en octubre pasado y el muy probable triunfo de Correa hoy hablan a las claras de los corrimientos escénicos como signo de los tiempos. Las calles rebosantes, los pueblos atiborrando avenidas, las mareas rojas y verdes o celestes y blancas, están hablando y le discuten a los poderes establecidos.
“Aquí está la mejor respuesta a tanta manipulación mediática. (Decían) que ha sido una campaña apática, que ha sido una campaña sin interés, que no ha presentado propuestas: Apática para sus candidatos, sin interés para su partidocracia, sin propuestas y sin planes de gobierno para ellos”, dijo Correa en el acto de cierre de campaña.
Si el amparo mediático de esos poderes trata de ocultar esa realidad contundente y en cambio estigmatiza a quienes se apropian de los espacios públicos para festejar o manifestarse, con la acusación abusiva del “clientelismo”, parece no importarle a los protagonistas. Es que ahora, el uso exclusivo de los canales de circulación de los bienes culturales, de la formación de opinión pública, de la generación de patrones de pensamiento, está cuestionado y más aún, está puesto en jaque.
Porque las calles, así en Quito como en Guaya, así en Buenos Aires como en Caracas, son territorios en disputa entre quienes agitan el miedo y quienes por otro lado, las usan para festejar o reclamar, pero sin temor. Y el uso de las redes sociales (en buena medida) permite dar cuenta de ese acontecer, gambeteando al poder, en favor de la democracia en la comunicación.
Es tan cierto, al mismo tiempo, que la anhelada igualdad y la deseada democracia no es tal y que los poderosos siguen siendo los mismos.
Por eso se habla de gambeta y no de goles devenidos en triunfos. Aún se está en el plano de la disputa, por momentos con profundas asimetrías. Pero este punto forma parte de otro análisis, no menos rico, no menos complejo.
Daniela Roldán