Tinta indeleble
¿¿Pusiste la pava ‘Negro’?? ¡Dále, que ya voy!
Metéle, ‘Negro’, no es lo mismo que antes, pero sí. Ahora yo pregunto, vos
respondés. Estuvimos años en la misma vereda y ahora cambiamos, pero posta que,
si alguien se fija bien, seguimos siendo los mismos que ayer nomás remábamos
convencidos para transportar la noticia a cada hogar. Es que yo quiero que sea
así, y seguro vos también.
Escribo este introito para graficar que no me
resulta fácil ir a hacerle una nota a mi entrañable Rodolfo Sergio ‘Negro’
Merlo. Acaso esté escribiendo una de las notas de mi vida. Disculpen la auto
referencia pero sepan que, si de periodismo hablamos, él es uno de los máximos
responsables de lo que soy. Ahí voy, entonces, me arrojo al mar con todo lo que
tengo, para una entrevista que, en algún sentido, es un desesperado alegato
contra la marcha marcial del tiempo:
El ‘Negro’ Merlo viene de otro tiempo. Lleva en
el cuerpo cristales de siglos viejos, pero en su mirada chispeante todavía
pueden intuirse rayones de futuro. Ha de tener 64 o 65, no más. Y cerca de
cuarenta de periodista, casi todos en LA
MAÑANA. Dice que entró “por la ventana” al oficio, plena
década del sesenta, según los clásicos de la historia la última en que el mundo
experimentó grietas mayúsculas. Trabajaba en el estudio de Oscar Casimiro
Cabreros (siempre fue bastante turro el ‘Negro’, se acuerda de los segundos
nombres -o primeros- de todos los viejos de esa época, mamadera: a lo largo de
la nota irán apareciendo Jorge Anacleto Cieza, Ciriaco ‘Tito’ Dufau, Libertario
Oscar Ochoa. Había que llamarse así y firmar una nota, desapercibido seguro no
pasabas). Un día lo necesitaron en el diario, otro emprendimiento del ‘viejo’
Cabreros, y allá fue a dar una mano, o mejor las dos. Entró a Deportes, junto a
Jorge Anacleto Cieza. Pronto le tomó peso y pulso a cada palabra, y se mareó
con el periodismo para siempre. Era la época del formato sábana y las linotipo,
de teclear y teclear hasta arribar, metro más, metro menos, a ese barrio
empinado en el que doña medianoche recicla la mugre de todo el día. Y después, a
salir de copas y pool junto a los amigos. Una bohemia que ya no se curte en el utilitario
mundo del periodismo.
Enseguida sería el corrector del diario, y más
tarde también hombre de la Redacción,
en donde sos todólogo o no existís: en el periodismo del interior no hay la
posibilidad de especializarse, todos hacemos de todo. No ha de ser tan distinto
de lo que ocurre en las grandes urbes porque como escribió alguien por ahí, y
se lo cita a menudo: “el periodismo es un océano de conocimiento… de un
centímetro de profundidad”.
En esos años de deslumbramiento con la profesión
y el diario, el ‘Negro’ seguía la luz de uno de los grandes faros que ha tenido
LA MAÑANA en
sus seis décadas de historia: L. Oscar Ochoa, “el enorme Ochoa”, subraya su ex
compañero. Había otros puntales, como ‘Valeca’ Pérez Risso, menciona. Obviamente
eran parte del grupo de laburo los propietarios del matutino, Oscar Cabreros y
Ciriaco Dufau. También estaba -o ingresó después, el dato no presenta mayor
relieve- ‘Poroto’ Pérez. Por mi cuenta añado su nombre. Sé que el ‘Negro’ lo
quiso mucho, y como testimonio póstumo de su afecto le escribió una conmovedora
necro el día que se fue, en los albores de este siglo, que finalmente no vio la
luz.
Con el tiempo, el faro sería Merlo.
Hasta que, tras décadas de domar la calle
grabador y cámara siempre alertas, con los ojos chiquitos de cazador (ojos de
carnicero, diría el ‘Flaco’ Spinetta), el ‘Negro’ clavó portazo. Se cansó,
sencillamente, y rumbeó en busca de otros fuegos que le calentaran el alma. Se
hizo vendedor de la firma Celies, que comercializaba artículos del hogar. Estuvo
un mes en Tandil, y un mes y medio en Saladillo. Pero volvió, los teles no
tienen olor a tinta. Al diario volvió, claro, ¿o con los transistores se puede
escribir? Estamos hablando de la década del ochenta, cuando ya había canal
local y empezaban a germinar las FM. En ese período de efervescencia política
tras el hachazo oscurantista en la médula argentina, por LA
MAÑANA pasaron todos los de entonces, algunos fugazmente
y otros una pila: Oscar Florencio Bissio, que venía de antes, su hijo Oscar
Andrés, Duilio Lanzoni, ‘Chamaco’ Valdez, Alberto Monte, Miguel Gargiulo y
algunos más. Ya en los noventa fue ingresando a la Redacción una nueva
camada de periodistas gráficos: Ale Córdoba, Ángel Pesce, Dani Roldán, Sebas
Mesquida, quien suscribe, en abril del ’98. En las Redacciones aún quedaban
tiempo y ganas para enseñar y aprender los tips del amasado periodístico,
entendido como una labor artesanal cuasi despojada de los mandatos tecnológicos
en boga que empujan al periodismo a prostituirse.
A esas alturas, con los soportes digitales
todavía agazapados, el ‘Negro’ poros de tinta seguía ahí, incólume. Con viento
en la camiseta y lengua de espadachín de esquina. Con luz de farolito
barnizándole las arrugas. Con sus infaltables siestas (quien duerme la siesta
tiene dos mañanas, decía siempre), sus solitarios de la última hora, sus
nervios de tortuga baqueana cuando todos andaban a mil porque había que cerrar.
Con sus llegadas tipo 10 de la mañana en la moto munido de aquél inolvidable
bolso de cuero marrón del que tranquilamente podía asomar un hurón fumando en
pipa, el pucho, los caramelos de miel que distribuía cual político en campaña, la Mylanta y el agua para
hacerle ‘patancha’ a la gastritis. Y rollos de fotos hasta en los bolsillos de
las orejas.
Corría el tiempo de descuento para la era del
revelado manual. En eso también se anotaba el ‘Negro’, fotógrafo de raza. Los
domingos a la tarde, en la cueva de atrás del viejo diario de avenida
Venezuela, se celebraba un ritual que los que pudimos disfrutar no olvidaremos:
el ‘Negro’ se disponía a la ceremonia del revelado. Portátil clavada en
Continental y el fútbol (es fana de Boca, y en esos años seguía con pasión
imbatible a Víctor Hugo, aunque “cuando dice que tal jugador le entra a la
pelota, se me derrumba”, me expresó una noche, purista del idioma como siempre
fue), la brasa del pucho por toda luz en el cuarto oscuro, y a parlare que se
acaba el mundo. Él, claro, quien estuviera allí no tenía mucho más destino que
escucharlo. Pero eran interesantes esas pláticas merlianas, regadas por
laaaaargas pavas de mates que tenías que cebarle mientras laburaba. Son esas
pequeñas grandes cosas que lamentás perder, cuando ya las perdiste y te
empiezan a atacar las primeras perdigonadas de canas.
En ese viaje marchábamos sacándole punta al
incierto oficio de vivir, hasta que sobre el filo de los dos mil pegó su
segundo portazo. Resultaría el chau definitivo. El tren frenaba de repente para
que bajara un pasajero, y el viaje ya no sería el mismo nunca más. Cometo una
infidencia y perdón, por última vez, por la auto referencia: recuerdo
frescamente verlo lagrimeando en los raídos pasillos de la casona de Venezuela,
haciendo crujir las maderas del piso con sus longevos zapatos marrones con
cordones, cuando me contó que se iba. Estábamos mano a mano; esa tarde tal vez
no hubo siesta para él. El ‘Negro’ ya no tenía la fiereza ‘del tipo que porta
una tormenta’ (Enrique Symns dixit, en su necro por la muerte de Luca, ocurrida
el día del cumple del creador de Cerdos & Peces). Nacía para RSM y para la
gráfica local un Nuevo Día, el diario que surgió por una inquietud suya y de un
par de trabajadores de prensa más, como Miguel Osovi y Rubén Piccirillo.
Nuevo Día duró menos que el atildado Brindisi en
el descolorido ‘Rojo’, pronto se hizo de noche otra vez. El ‘Negro’ no estaba
dispuesto a arrojarse la toalla sombría de los que ya no quieren pelear, y se
forjó otro destino, otro nuevo día, distinto de todos sus anteriores: craneó
una fábrica de papas fritas, Tato, que aglutinó manos y voluntades suficientes
como para poner en pleno hervor la olla de la dignidad. Pero cuando por fin
empezaba a irle bien, incluso en lo económico, un acv casi lo deja nocaut. Sin
embargo, porfiado como siempre fue, el ‘Negro’ se levantó antes de que le
contaran 10 y rápidamente rearmó su guardia con lo que le quedaba de fuerza y de
fe.
Como todo el que sobrevive a un rayo que le
emboca la cabeza, Rodolfo Sergio Merlo nació de nuevo casi a la par del siglo,
y el nuevo se parece bastante al que conocimos. A pesar de las secuelas de un cimbronazo
así, que no le ofrece cuotas ni a Cristo. Discute y habla menos, su perfil es
un poco más bajo, pero hay fraseos merlianos, cierta conexión Pagani que
todavía saca pecho. Y hay gestos clásicos suyos que brotan de su cara pequeña,
sonrisas de duende de barro que siempre conservará lamparones de infancia.
Jubilado, hoy pasa sus días en su hogar de
Barrio Latino. Se lo ve tranqui. Lo acompaña Marta, su mujer de toda la vida,
lo rodean tres gatos y un perro. Sus tres hijos siempre andan por ahí. La tele
y la radio, también. Los diarios, que sigue leyendo con fruición, completan su
ecosistema hogareño. Del periodismo no se alejó, aunque ya no lo cultive como
trabajador. “Escucho la sirena de los Bomberos o la ambulancia y me pongo
eléctrico, quiero ir, saber qué pasó. Donde está el desastre está nuestra
comida, lamentablemente venden más las tragedias que las buenas noticias”, se
rinde.
Hizo de todo en el periodismo, nunca le huyó a
nada, pero había algo que no quería ir a cubrir, los que no lo sabían que se
enteren, un abrazo a Cabreros, Dufau, Cieza, ‘Valeca’ y todos los viejos de
ayer: “esos pedorros desfiles de modelos”, asevera. En el rincón de enfrente,
la política, acaso lo que más le haya gustado trabajar. Le encantaba cuando
había sesión del Concejo, se preparaba con tiempo y entusiasmo, si hubiera
metido en su bolso marrón un sánguche de milanesa por si se hacía trasnoche, no
habría desentonado. Cubrir partidos de fútbol quizás fue su otro gran amor como
periodista.
Y si de evocar se trata, rescata dos perlitas de
su collar predilecto: en el primer escalón, la entrevista que le realizó al
“presidente nunca votado”, el radical Ricardo Balbín, un emblemático número 2
de la política argentina. Fue el 20 de marzo de 1966, en el búnker radical de
entonces, pegado a donde los Ravassi fijarían sus consultorios médicos, Laprida
casi San Martín. RSM recién empezaba. Ese año, poco más tarde, conocería a
Marta. La otra entrevista que cita ocurrió luego, y fue al “nunca bien
ponderado ‘Bisonte’ Oscar Alende, ahí donde hoy es el Hotel San Carlos”.
Su trascurrir por el diario no fue un perenne
nirvana, bien que tuvo sus gruesos bemoles. Sin embargo hoy rememora aquellos
años con cariño, según delata su rostro de duende de barro. LA MAÑANA ha de ser una marca grande en
el curtido corazón de este hombre grande, así como Rodolfo Sergio Merlo también
grabó una marca indeleble en el diario de nuestro pueblo, en el alma de nuestro
periodismo lugareño.
Estuvimos años en la misma vereda con el
‘Negro’. Pocos, pero intensos. Me saben a añares, de los que se eligen sin
pensar, cada despertar. Los años que se quedan en uno para siempre, no tienen
31 de diciembre. Mañanas y mañanas arriba de su moto yendo a cubrir lo que
fuera, de todo como en botica; tardes y tardes pasando por la Comisaría a
última hora, para ver si pescábamos ‘algo’ con que sazonar una edición
‘blandengue’. Ahora cambiamos, pero posta que, si alguien se fija con la lupa
del corazón, seguimos siendo los mismos cazadores con ética de antihéroes. Un
buen par de beautiful losers, si no es mucho pedir. Es que se me antoja que sea
así, y seguro a vos también, ‘Negro’ querido.
Chino Castro
Dedico este artículo a la familia del ‘Negro’, y especialmente a dos ex
compañeros que llevo en el corazón: Hilda Sorhochar y Luis Bazar.
Un preciosista
El humo fosforescente del resultadismo poco a poco ha
ido tapando, también, las arterias del corazón del oficio, y hoy el preciosismo
es un valor de descarte en las cocinas periodísticas. Si apareciera Angelito
Cappa en una Redacción, le tomarían una pruebita y rápidamente lo insertarían
en el delicado mundo del todoterrenismo, so pena de comerse el cartel de
¡¡¡INSERVIBLE!!! si no fuera capaz de hacer muuuuuchas cosas en simultáneo, al
margen de la factura de esas cosas.
(A Pep Guardiola quizás le asignarían un lugarcito un poco menos fulero, porque
viste bien y da la idea de chaboncito con plata.) Ése es el combustible moral del resultadismo: correr y correr
sin levantar vuelo jamás, renunciar a jugar
para seguir agachando la cabeza como perrito mojado frente al Imperio de la
Fealdad Urgente y Ruidosa. Hoy el periodismo ya no seduce, te caza del cuello y
te zamarrea, necesita impactar, ir a los bifes antes de pedir la primera
cerveza. Está bien que periodismo y arte no son lo mismo, pero convengamos que
algún lazo filial tienen, de primos lejanos si querés. Es que la estética
también es ética, dejémonos de mentirnos/mentir.
A su modo algo anticuado y cascarrabias, el ‘Negro’ Merlo
era un preciosista.
Chino Castro
Este escrito vio la luz en el suplemento
especial que el diario LA MAÑANA
publicó en septiembre del corriente, a propósito de sus sesenta años de
historia.