domingo, 13 de octubre de 2013

UN RECORRIDO POR LA VIDA PERIODÍSTICA DEL ‘NEGRO’ MERLO, PARTE DEL ADN DEL DIARIO


Tinta indeleble

¿¿Pusiste la pava ‘Negro’?? ¡Dále, que ya voy! Metéle, ‘Negro’, no es lo mismo que antes, pero sí. Ahora yo pregunto, vos respondés. Estuvimos años en la misma vereda y ahora cambiamos, pero posta que, si alguien se fija bien, seguimos siendo los mismos que ayer nomás remábamos convencidos para transportar la noticia a cada hogar. Es que yo quiero que sea así, y seguro vos también.

 

Escribo este introito para graficar que no me resulta fácil ir a hacerle una nota a mi entrañable Rodolfo Sergio ‘Negro’ Merlo. Acaso esté escribiendo una de las notas de mi vida. Disculpen la auto referencia pero sepan que, si de periodismo hablamos, él es uno de los máximos responsables de lo que soy. Ahí voy, entonces, me arrojo al mar con todo lo que tengo, para una entrevista que, en algún sentido, es un desesperado alegato contra la marcha marcial del tiempo:

 

El ‘Negro’ Merlo viene de otro tiempo. Lleva en el cuerpo cristales de siglos viejos, pero en su mirada chispeante todavía pueden intuirse rayones de futuro. Ha de tener 64 o 65, no más. Y cerca de cuarenta de periodista, casi todos en LA MAÑANA. Dice que entró “por la ventana” al oficio, plena década del sesenta, según los clásicos de la historia la última en que el mundo experimentó grietas mayúsculas. Trabajaba en el estudio de Oscar Casimiro Cabreros (siempre fue bastante turro el ‘Negro’, se acuerda de los segundos nombres -o primeros- de todos los viejos de esa época, mamadera: a lo largo de la nota irán apareciendo Jorge Anacleto Cieza, Ciriaco ‘Tito’ Dufau, Libertario Oscar Ochoa. Había que llamarse así y firmar una nota, desapercibido seguro no pasabas). Un día lo necesitaron en el diario, otro emprendimiento del ‘viejo’ Cabreros, y allá fue a dar una mano, o mejor las dos. Entró a Deportes, junto a Jorge Anacleto Cieza. Pronto le tomó peso y pulso a cada palabra, y se mareó con el periodismo para siempre. Era la época del formato sábana y las linotipo, de teclear y teclear hasta arribar, metro más, metro menos, a ese barrio empinado en el que doña medianoche recicla la mugre de todo el día. Y después, a salir de copas y pool junto a los amigos. Una bohemia que ya no se curte en el utilitario mundo del periodismo.

Enseguida sería el corrector del diario, y más tarde también hombre de la Redacción, en donde sos todólogo o no existís: en el periodismo del interior no hay la posibilidad de especializarse, todos hacemos de todo. No ha de ser tan distinto de lo que ocurre en las grandes urbes porque como escribió alguien por ahí, y se lo cita a menudo: “el periodismo es un océano de conocimiento… de un centímetro de profundidad”.

En esos años de deslumbramiento con la profesión y el diario, el ‘Negro’ seguía la luz de uno de los grandes faros que ha tenido LA MAÑANA en sus seis décadas de historia: L. Oscar Ochoa, “el enorme Ochoa”, subraya su ex compañero. Había otros puntales, como ‘Valeca’ Pérez Risso, menciona. Obviamente eran parte del grupo de laburo los propietarios del matutino, Oscar Cabreros y Ciriaco Dufau. También estaba -o ingresó después, el dato no presenta mayor relieve- ‘Poroto’ Pérez. Por mi cuenta añado su nombre. Sé que el ‘Negro’ lo quiso mucho, y como testimonio póstumo de su afecto le escribió una conmovedora necro el día que se fue, en los albores de este siglo, que finalmente no vio la luz.

Con el tiempo, el faro sería Merlo.

Hasta que, tras décadas de domar la calle grabador y cámara siempre alertas, con los ojos chiquitos de cazador (ojos de carnicero, diría el ‘Flaco’ Spinetta), el ‘Negro’ clavó portazo. Se cansó, sencillamente, y rumbeó en busca de otros fuegos que le calentaran el alma. Se hizo vendedor de la firma Celies, que comercializaba artículos del hogar. Estuvo un mes en Tandil, y un mes y medio en Saladillo. Pero volvió, los teles no tienen olor a tinta. Al diario volvió, claro, ¿o con los transistores se puede escribir? Estamos hablando de la década del ochenta, cuando ya había canal local y empezaban a germinar las FM. En ese período de efervescencia política tras el hachazo oscurantista en la médula argentina, por LA MAÑANA pasaron todos los de entonces, algunos fugazmente y otros una pila: Oscar Florencio Bissio, que venía de antes, su hijo Oscar Andrés, Duilio Lanzoni, ‘Chamaco’ Valdez, Alberto Monte, Miguel Gargiulo y algunos más. Ya en los noventa fue ingresando a la Redacción una nueva camada de periodistas gráficos: Ale Córdoba, Ángel Pesce, Dani Roldán, Sebas Mesquida, quien suscribe, en abril del ’98. En las Redacciones aún quedaban tiempo y ganas para enseñar y aprender los tips del amasado periodístico, entendido como una labor artesanal cuasi despojada de los mandatos tecnológicos en boga que empujan al periodismo a prostituirse.

A esas alturas, con los soportes digitales todavía agazapados, el ‘Negro’ poros de tinta seguía ahí, incólume. Con viento en la camiseta y lengua de espadachín de esquina. Con luz de farolito barnizándole las arrugas. Con sus infaltables siestas (quien duerme la siesta tiene dos mañanas, decía siempre), sus solitarios de la última hora, sus nervios de tortuga baqueana cuando todos andaban a mil porque había que cerrar. Con sus llegadas tipo 10 de la mañana en la moto munido de aquél inolvidable bolso de cuero marrón del que tranquilamente podía asomar un hurón fumando en pipa, el pucho, los caramelos de miel que distribuía cual político en campaña, la Mylanta y el agua para hacerle ‘patancha’ a la gastritis. Y rollos de fotos hasta en los bolsillos de las orejas.

Corría el tiempo de descuento para la era del revelado manual. En eso también se anotaba el ‘Negro’, fotógrafo de raza. Los domingos a la tarde, en la cueva de atrás del viejo diario de avenida Venezuela, se celebraba un ritual que los que pudimos disfrutar no olvidaremos: el ‘Negro’ se disponía a la ceremonia del revelado. Portátil clavada en Continental y el fútbol (es fana de Boca, y en esos años seguía con pasión imbatible a Víctor Hugo, aunque “cuando dice que tal jugador le entra a la pelota, se me derrumba”, me expresó una noche, purista del idioma como siempre fue), la brasa del pucho por toda luz en el cuarto oscuro, y a parlare que se acaba el mundo. Él, claro, quien estuviera allí no tenía mucho más destino que escucharlo. Pero eran interesantes esas pláticas merlianas, regadas por laaaaargas pavas de mates que tenías que cebarle mientras laburaba. Son esas pequeñas grandes cosas que lamentás perder, cuando ya las perdiste y te empiezan a atacar las primeras perdigonadas de canas.  

 

En ese viaje marchábamos sacándole punta al incierto oficio de vivir, hasta que sobre el filo de los dos mil pegó su segundo portazo. Resultaría el chau definitivo. El tren frenaba de repente para que bajara un pasajero, y el viaje ya no sería el mismo nunca más. Cometo una infidencia y perdón, por última vez, por la auto referencia: recuerdo frescamente verlo lagrimeando en los raídos pasillos de la casona de Venezuela, haciendo crujir las maderas del piso con sus longevos zapatos marrones con cordones, cuando me contó que se iba. Estábamos mano a mano; esa tarde tal vez no hubo siesta para él. El ‘Negro’ ya no tenía la fiereza ‘del tipo que porta una tormenta’ (Enrique Symns dixit, en su necro por la muerte de Luca, ocurrida el día del cumple del creador de Cerdos & Peces). Nacía para RSM y para la gráfica local un Nuevo Día, el diario que surgió por una inquietud suya y de un par de trabajadores de prensa más, como Miguel Osovi y Rubén Piccirillo.

Nuevo Día duró menos que el atildado Brindisi en el descolorido ‘Rojo’, pronto se hizo de noche otra vez. El ‘Negro’ no estaba dispuesto a arrojarse la toalla sombría de los que ya no quieren pelear, y se forjó otro destino, otro nuevo día, distinto de todos sus anteriores: craneó una fábrica de papas fritas, Tato, que aglutinó manos y voluntades suficientes como para poner en pleno hervor la olla de la dignidad. Pero cuando por fin empezaba a irle bien, incluso en lo económico, un acv casi lo deja nocaut. Sin embargo, porfiado como siempre fue, el ‘Negro’ se levantó antes de que le contaran 10 y rápidamente rearmó su guardia con lo que le quedaba de fuerza y de fe.

Como todo el que sobrevive a un rayo que le emboca la cabeza, Rodolfo Sergio Merlo nació de nuevo casi a la par del siglo, y el nuevo se parece bastante al que conocimos. A pesar de las secuelas de un cimbronazo así, que no le ofrece cuotas ni a Cristo. Discute y habla menos, su perfil es un poco más bajo, pero hay fraseos merlianos, cierta conexión Pagani que todavía saca pecho. Y hay gestos clásicos suyos que brotan de su cara pequeña, sonrisas de duende de barro que siempre conservará lamparones de infancia.

Jubilado, hoy pasa sus días en su hogar de Barrio Latino. Se lo ve tranqui. Lo acompaña Marta, su mujer de toda la vida, lo rodean tres gatos y un perro. Sus tres hijos siempre andan por ahí. La tele y la radio, también. Los diarios, que sigue leyendo con fruición, completan su ecosistema hogareño. Del periodismo no se alejó, aunque ya no lo cultive como trabajador. “Escucho la sirena de los Bomberos o la ambulancia y me pongo eléctrico, quiero ir, saber qué pasó. Donde está el desastre está nuestra comida, lamentablemente venden más las tragedias que las buenas noticias”, se rinde.

Hizo de todo en el periodismo, nunca le huyó a nada, pero había algo que no quería ir a cubrir, los que no lo sabían que se enteren, un abrazo a Cabreros, Dufau, Cieza, ‘Valeca’ y todos los viejos de ayer: “esos pedorros desfiles de modelos”, asevera. En el rincón de enfrente, la política, acaso lo que más le haya gustado trabajar. Le encantaba cuando había sesión del Concejo, se preparaba con tiempo y entusiasmo, si hubiera metido en su bolso marrón un sánguche de milanesa por si se hacía trasnoche, no habría desentonado. Cubrir partidos de fútbol quizás fue su otro gran amor como periodista.

Y si de evocar se trata, rescata dos perlitas de su collar predilecto: en el primer escalón, la entrevista que le realizó al “presidente nunca votado”, el radical Ricardo Balbín, un emblemático número 2 de la política argentina. Fue el 20 de marzo de 1966, en el búnker radical de entonces, pegado a donde los Ravassi fijarían sus consultorios médicos, Laprida casi San Martín. RSM recién empezaba. Ese año, poco más tarde, conocería a Marta. La otra entrevista que cita ocurrió luego, y fue al “nunca bien ponderado ‘Bisonte’ Oscar Alende, ahí donde hoy es el Hotel San Carlos”.

 

Su trascurrir por el diario no fue un perenne nirvana, bien que tuvo sus gruesos bemoles. Sin embargo hoy rememora aquellos años con cariño, según delata su rostro de duende de barro. LA MAÑANA ha de ser una marca grande en el curtido corazón de este hombre grande, así como Rodolfo Sergio Merlo también grabó una marca indeleble en el diario de nuestro pueblo, en el alma de nuestro periodismo lugareño.

 

Estuvimos años en la misma vereda con el ‘Negro’. Pocos, pero intensos. Me saben a añares, de los que se eligen sin pensar, cada despertar. Los años que se quedan en uno para siempre, no tienen 31 de diciembre. Mañanas y mañanas arriba de su moto yendo a cubrir lo que fuera, de todo como en botica; tardes y tardes pasando por la Comisaría a última hora, para ver si pescábamos ‘algo’ con que sazonar una edición ‘blandengue’. Ahora cambiamos, pero posta que, si alguien se fija con la lupa del corazón, seguimos siendo los mismos cazadores con ética de antihéroes. Un buen par de beautiful losers, si no es mucho pedir. Es que se me antoja que sea así, y seguro a vos también, ‘Negro’ querido.

 

Chino Castro

 

Dedico este artículo a la familia del ‘Negro’, y especialmente a dos ex compañeros que llevo en el corazón: Hilda Sorhochar y Luis Bazar.



 
Un preciosista
El humo fosforescente del resultadismo poco a poco ha ido tapando, también, las arterias del corazón del oficio, y hoy el preciosismo es un valor de descarte en las cocinas periodísticas. Si apareciera Angelito Cappa en una Redacción, le tomarían una pruebita y rápidamente lo insertarían en el delicado mundo del todoterrenismo, so pena de comerse el cartel de ¡¡¡INSERVIBLE!!! si no fuera capaz de hacer muuuuuchas cosas en simultáneo, al margen de la factura de esas cosas. (A Pep Guardiola quizás le asignarían un lugarcito un poco menos fulero, porque viste bien y da la idea de chaboncito con plata.) Ése es el combustible moral del resultadismo: correr y correr sin levantar vuelo jamás, renunciar a jugar para seguir agachando la cabeza como perrito mojado frente al Imperio de la Fealdad Urgente y Ruidosa. Hoy el periodismo ya no seduce, te caza del cuello y te zamarrea, necesita impactar, ir a los bifes antes de pedir la primera cerveza. Está bien que periodismo y arte no son lo mismo, pero convengamos que algún lazo filial tienen, de primos lejanos si querés. Es que la estética también es ética, dejémonos de mentirnos/mentir.
 
A su modo algo anticuado y cascarrabias, el ‘Negro’ Merlo era un preciosista.
Chino Castro





Este escrito vio la luz en el suplemento especial que el diario LA MAÑANA publicó en septiembre del corriente, a propósito de sus sesenta años de historia.

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