Pies de atril
Vota por Riquelme y sus privilegios:
Chino Castro
Tu sonrisa suena por el aire/como el niño que se
muere/o la alegría de un tambor.
Miguel Abuelo
Escribo esto en
estado de emoción violenta. No conozco la pulsión del asesino, no sé qué siente
un tipo que va a matar, pero el dolor que se me amotina en el pecho en este
instante en que escribo esto, cuando falta poco para tener que irme hacia la
radio, ese paraíso en que elegí vivir, me resulta suficiente para saber que
escribo esto en estado de emoción violenta. Hace una semana se fue Luis Alberto
Spinetta. El Flaco, el tipo más parecido a Dios que hubo en la Tierra. Creas o no
creas en Dios o en lo que sea. Seas jodido/a o bueno/a. Luis fue lo más
parecido a la justicia, fue la banda de sonido de la justicia, la ética
artística de la humanidad.
Yo siento rabia. Sigo
enojado con la vida, siete días después. Siento que el dolor es una hornalla
perenne, como un medallón de fuego que permanecerá encendido para siempre. Una
ornalla sin hache, más candente que la que sirve para calentar el agua del café.
Saber que quedará su música, creéme que no me alcanza ni para entretener a esa
muela de juicio que no me nació, pero que ahora mismo me pudre la sonrisa del
alma.
He leído/escuchado
muchas cosas en todos estos días tristes, algunas bellísimas, como huesos que
gimen entre la borra del último invierno. Sobre todo el suple Radar, de Página, hermoso fresco sobre lo que fue Luis. Y no iba a escribir
nada, salvo el poema que publiqué en el blog de Dani y en el face de “Fuga”.
Pero ahora cambié de idea. Fue después de escuchar esta tarde de miércoles, en
lo de mi amigo Diego y casi que desde la nada, las cosas que expresó un herido Mario
Pergolini en su nueva radio, Vorterix. Ahí dije sí, vuelco algo sobre el papel.
Necesito hacerlo, y ya. Aunque no escriba, vuelco sobre el papel, como el
pintor que lanza la mancha de color sobre la tela. Te aviso, por si querés
largar esta nota acá, después no digas que no canté. Pergolini dijo cosas
lindas, pero que hable él, me movió la estantería. Me hizo acordar a cuando era
pibe y descubrí a Mario boconeando desde la torre de chapa de color rojizo en la
primera “La tv ataca”, que iba de lunes a viernes por América TV (¡América
TV!), de 20 a
21 (en realidad, a Mario lo conocía de antes, de cuando irrumpió en VCC, otra
antigüedad, con “Videolínea”). Que hable él, para mí representa mucho, aunque
no sepa bien por qué. Pergolini hablando de Spinetta, es demasiado como para
quedarme quieto. Iba a irme a dormir la siesta antes de la radio, pero ahora ya
no puedo llegar hasta mi cama.
Y la verdad que no
tengo mucho para decir. Tendría bastante, pero ya fue dicho por otros, y tal
vez mejor de lo que yo podría. Diré así, revoleadas como trompada de borrachín,
sólo un par de cosas. Reflexiones que apunté días atrás en la memoria del celu,
por si las moscas, por si me inundaba la necesidad de usarlas y la cosa se tornaba
de vida o muerte. Y creéme que sí, que esta tarde rara agarró para ese wing:
-Spinetta fue
Spinetta por su voraz creatividad, porque nació con una luz empotrada en su
pecho angosto. Pero también, porque jamás firmó un empate, artísticamente
hablando. Fue siempre a fondo, nunca especuló ni regateó nada. La belleza fue
su religión. Cuando en 1997 publicó “Spinetta y Los Socios del Desierto”, su monumental
disco doble en plan power trío, debió vencer a la compañía, que quería lanzar
las placas por separado. Luis se plantó, con la convicción de un gladiador: “o
lo editan doble, o nada. En todo caso mis hijos se llenarán del plata algún día
con un inédito mío”, les revoleó por la cara a los jerarcas disqueros.
Finalmente, publicaron el doble. Una vez más, Luis no firmó el empate. Firmar
el empate hubiera significado para él envilecerse. Bilardizarse, por decirlo
así. Otro quizá lo hubiese hecho, total, editar ese material igual lo editaban.
-una vez, Aliverti rescató
una cita de Ardizzone, cuando el gran Osvaldo habló de la dignidad invicta de
Carlos Monzón. Yo hablaría hoy de la dignidad invicta de Luis Alberto Spinetta.
Seguí su trayectoria, escuchá su música, y vas a ver. Al ver, verás. Porque lo
que hay que mantener invicta es la dignidad, no el bolsillo. A veces, mantenés
invicta tu dignidad perdiendo, y empatando la perdés. La dignidad es una cuestión
espiritual, no económica. Tiene que ver con el alma, no con el bolsillo. Vive
en la lucha de la flor que se la banca en el desierto, no agachada en una gris
operación bancaria.
Luis se fue, y nos
quedará el dolor de no tener que esperar su próximo disco, de no tener que entrar
a Internet para ver dónde toca y evaluar si ir otra vez a ese ‘retiro
espiritual’ que nos proponían sus canciones y su manera de hacerles el amor en
el escenario. Se fue casi en silencio, de no ser por el hijo de mil putas de
Fontevecchia que lo escrachó en Caras, ya muy enfermo. Se marchó lejos de la
mediocridad terrestre sobre la que siempre sobrevoló, con la elegancia que fue
su alimento y su luz, con esa calma otoñal de duende que conoce la fórmula para
hacer llover sobre los que ruedan con sus sueños en carneviva.
Lo vi quince veces en
vivo desde febrero de 2001, en Mendoza, hasta fines de 2010, en el Coliseo
porteño y con mi amiga Dani. Después de él, no sé qué más ver. Igual sé que
algo va a aparecer, no soy un nene boludo. Alguien lamerá algo de la magia que
su último vuelo desparramó sobre el piso, y sabrá qué hacer con esa leche
santa. Y así él volverá a estar, escondido en otra canción. Por eso fue tan
grande, si no, su legado dorado no sería más que pochoclo en el programa de
Tinelli.
Conocí la música de
Spinetta en febrero de 1995, hace diecisiete abriles. Digo abriles y no años,
porque su arte me huele a abril, tiene color de abril, textura y encanto de
abril. Entré por “Pelusón Of Milk”, el disco que trae “Seguir viviendo sin tu
amor”, el único hit de su carrera además de “Muchacha”. Sin embargo, el tema
que me prendó fue “Cielo de ti”. Desde aquélla iluminación, mi vida no fue la
misma. Franquear esa puerta que parece inhóspita e ingresar al Código Luis, me
cambió para siempre. Y no exagero: en su obra hallé un refugio, una isla para
mí.
Es que nadie nos
salvará, pero el Flaco parecía que sí.
No quiero hacer más
ruido, a Luis no le hubiera gustado tanta bambolla como la que ha sonado en
estos días raros, estas tarde huérfanas. Ahora tendremos que seguir viviendo
sin su amor, ya lo sabemos. Ahora sí que es el final de la pureza. Me quedo con
el recuerdo de que en 1991, Spinetta compuso “Pelusón Of Milk” para esperar a
Vera, su hija menor, que nacería ese año en su propia casa. El tema 14 de ese
disco luminosamente básico que grabó casi en soledad es “Pies de atril”. Y aún quedan mil muros en Berlín/desnúdate
por ahora/hasta que salga el mar, le canta a su pequeña, que estaba
floreciendo. Vive por mí/que yo partiré
alguna vez/desde mis pies de atril, le pide finalmente a su retoño, todo
ternura. Vivamos por él, ahora que acaba de partir desde sus pies de atril. Sigamos
con él, aunque la luna gima mariposas, y no lo despidamos, que a un hombre
alado no se lo despide.
Los ángeles no envejecen,
por eso te fuiste temprano, querido Luis.
Yo me voy para la
radio, mientras la tarde se oculta en un pañuelo. Por suerte el cielo está gris.
Parece frágil y conmovido, y por unos siglos debería estar así.
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